01 MAYO 2014.
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Ya hacía tiempo, que en diversas ocasiones nos había planteado Miguel hacer un recorrido a ritmo de CAminar-COrrer por los lugares de su infancia.
Y de tanto oírselo, ya teníamos ganas de poder aproximarnos a este evento. Y así las cosas, basta con vestirse de deportista, y calzarse las zapatillas de trail para que las ganas aumenten y madrugar un poco. Iniciamos la ruta junto al Río Cacín, alternando algún tramo de sendero y el camino junto al río que nos conducirá hasta el pueblo de Cacín. El paisaje no es de montaña anónima y salvaje, sino de tierras de labor, de cultivos de variedades vegetales de las que gustan en la mesa, y que acostumbramos a olvidar que no crecen en los estantes del supermercado, y que tras cada pimiento, cebolla o haza de garbanzos , hay una historia de hombres, mujeres y niños de campo, de trabajo y sudor, donde no caben las delicadezas de ciudad, como el miedo a los insectos, a tocar la tierra con las manos, a pisar el barro, al descanso del domingo... Lo primero que me llama la atención, es la cantidad y variedad de aves que podemos escuchar. Pronto los olivos dejan el espacio a otros cultivos, incluidos algunos bosquetes de chopos erguidos donde escuchamos las oropéndolas, y que no nos abandonarán en gran parte del trayecto hasta el embalse. Algún tramo se hace especialmente llamativo, con el río tranquilo a nuestro lado. |
A mitad de camino entre El Turro y Cacín, dejamos a un lado el Contraembalse de los Bermejales, del que nos cuenta Miguel algunas historias de niñez, de baños de verano, de truchas que capturaban con las manos en las conducciones de agua para el riego, y de trágicos ahogamientos para familias de Cacín y El Turro. Rodeado de pinares de repoblación, nos deja escuchar algunos ánades y la ruidosa focha común; lástima no llevar prismáticos para distinguir mucho más. Cacín es un pueblo pequeño, blanco, en un pequeño promontorio con vistas a la vega, que dejamos atrás sin entretenernos, mientras Miguel nos cuenta algunas de sus vivencias de infancia. Algunas duras, de trabajos de campo y bestias, de nombres de herramientas que yo jamás había escuchado.. pero, por otra parte, experiencias, que con el paso del tiempo se transforman en sentimientos de fortaleza, y que nos permiten medir y valorar, para distinguir lo auténtico, de las pamplinas con que nos engañan a diario. Continuando el camino, llegamos hasta el "Puente Romano", de un solo ojo y conocido con ese nombre en la zona, aunque fue construido en la primera mitad del siglo XX. A partir de aquí, la soledad de los caminos desaparece, y nos vamos cruzando con algunos visitantes y turistas, puesto que entramos en uno de los paisajes más singulares del sur de la península ibérica.
La vegetación se estrecha en el sendero, como queriendo recuperar sus dominios antes de la llegada del hombre. Es mayo, y por tanto, época de flores y aves. No dejamos de escuchar oropéndolas, petirrojos, mirlos, carboneros y herrerillos, mitos y otras aves forestales. Algún cernícalo se paraliza en el aire entre los tajos, grita, y luego se pierde en las altas paredes. Los puentes dan para retornar a la niñez y jugar al equilibrio... No escondemos el asombro a Miguel, por la ruta tan interesante que nos ha preparado, y que nos acerca a sus orígenes, con las historias que por el camino nos va regalando. El paso del agua en los meses de lluvia, deja inequívocos rastros de su fiereza. Uno de los puentes ha perdido uno de los cables de seguridad, haciendo el paso algo más atrevido, y divertido.
Son los protagonistas en estos pocos kilómetros, la roca, y el río. Las areniscas toman unas formas variadas, imposibles sin el concurso del agua en su modelado, y algunas paredes parecen en constante desafío a la gravedad, tanto, que da reparo pasar bajo sus arcos, columnas y cúpulas al pensar en la posibilidad de que este mundo de piedra se rinda sobre nosotros. El río, nos acompaña en todo momento, a veces rugiendo en pequeñas cascadas y tramos de aguas veloces, y otras mucho más silente y camuflado entre la vegetación riparia.
Superamos con cierta emoción, el vértigo de los pasos más complicados, con la ayuda de las cuerdas y escaleras, aunque hay que tener cuidado pues las cuerdas están algo deterioradas y podría ser peligroso confiar totalmente en ellas. En uno de los grandes tajos que custodian el cauce, se encuentran unos restos de los antiguos pobladores de la zona. Procedentes del Neolítico, hace unos diez mil años, por estas tierras caminaban hombres no muy distintos a nosotros, que desarrollaron la agricultura y la ganadería, la cerámica, así como los precursores de aquellas herramientas de las que nos hablaba nuestro amigo, empleadas en las labores del campo. Inventaron el arado, la hoz, muelas de mano, trabajaron el sílex, y con ayuda del fuego, transformaron el paisaje para el cultivo. Cuando levantamos la vista hacia estas paredes, nos preguntamos cómo vivían aquellas gentes, admirados, y con cierta envidia, por la faceta más bucólica de aquella y no tan lejana prehistoria. |
Con ayuda del zoom, invadimos la intimidad de lo remoto, y robamos el testimonio de los antiguos hombres de los Tajos de Cacín. Estos eran sus refugios, sus casas, sus hogares, y su lugar de enterramiento, construidos en vertical, a los que accedían por oquedades, escalinatas... que entonces se hallaban más próximos al nivel del río, y que la erosión ha elevado a una cota impensable para vivir. Entre vasijas, útiles, y huesos de medio centenar de cadáveres, aquí también fue hallada la que se conoce como la pieza de cerámica cardial -decorada con impresiones del borde de conchas de berberecho- más meridional de Europa, llamada la Olla de Cacín.
Hace un día espléndido. Entre las umbrías y el frescor de la garganta continuamos nuestro proyecto; el sendero comienza a ascender, separándose del cauce hasta ofrecernos una visión amplia de los Tajos de Cacín. Remontamos una última subida, y como saliendo de un viaje en el tiempo, regresamos a la civilización, a escasos metros del dique del Pantano de los Bermejales.
¡A comer! Comer es importante. Hasta aquí llevamos casi 22 kilómetros de ruta, y al salir de la umbría de la garganta empieza a notarse el calor de mayo. Reponemos energía junto al dique; optamos por tomar algo ligero, porque aún nos queda un buen trecho, y pensamos trotar todo lo que el terreno nos permita. Un buen plato compartido de patatas, chorizo, cerveza... ¡y a correr!
Como tantos otros pantanos, éste se construyó bajo orden del General F. Franco con un presupuesto aproximado de 5.5 millones de pesetas. Sus aguas pertenecen a la Sierra de Tejeda y Almijara, cuyas siluetas se levantan en el horizonte, y Javier tratará de desmenuzar los nombres de sus montañas y hablarnos de los pasos y rutas en aquellas cumbres. Cruzamos el dique, y a partir de aquí, comenzamos a trotar simplemente orientándonos por el paisaje y en dirección a Alhama, por donde Miguel más o menos calcula... Enseguida pasamos junto al curioso aliviadero de forma ovalada, y a pocos metros del mismo, la entrada del túnel-trasvase que viene desde la Presa de Alhama. El paisaje ahora es muy distinto de lo que llevamos visto. Después de salvar algunas pendientes, el terreno es un mosaico de colores, verdes y marrones, almendros, granados, cereales, garbanzales, hortalizas, olivos... y aprovechando algunos tramos de los caminos agrícolas nos aproximaremos trotando hasta la Pantaneta de Alhama, incluida en el Inventario Andaluz de Humedales. Allí reponemos líquidos y descansamos, pues el calor y lo que llevamos recorrido nos va agotando. Una imprevista rozadura comienza a hacer mella en el talón. Unos minutos en La Hospedería para un refresco y descalzarnos, mientras en el móvil les enseño las fotos y cantos de algunas de las aves del día; oropéndola, ruiseñor común y bastardo, herrerillo... Aún nos queda un último empujón, por el Camino de los Angeles -con una interesante leyenda- hasta Alhama de Granada, que recorre unos tres kilómetros junto al río Allhama. Aquí están los Tajos de Alhama, impresionantes paredes que se prolongan y circundan el pueblo, y donde se pueden observar algunas de las rapaces ibéricas -águila real, aguililla calzada, culebrera, halcón peregrino, milano...- y con frecuencia la cabra montés, desafiando la gravedad y la verticalidad. No nos da tiempo ni nos quedan fuerzas para aproximarnos a echar una mirada a las vías de escalada en los Tajos, que pensamos que deben ser impresionantes. Entramos en Alhama por la Fuente de la Puerta de Granada, donde nos refrescamos a placer y cambiamos camisetas, por aquello de entrar a la civilización, con aspecto más humano que de animal correteando los montes. Alhama es un pueblo muy visitado, y en la Plaza de la Constitución damos por concluida nuestra ruta, mientras devoramos con placer un helado... |
¡Gracias, Miguel!
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