ORDESA. DEL 18 AL 24 DE OCTUBRE DE 2010.
Algo más de tres años han pasado ya de este viaje cuando me dispongo a elaborar esta página de recuerdos de aquellos emocionantes días que pasamos en las montañas de Ordesa. Fue algo imprevisto e impulsivo, que nos llevó a realizar esta escapada en pleno octubre, en esa precisa época de meteorología tan cambiante en el norte. Tuvimos suerte en ese sentido, días soleados, y alguno de lluvias que también nos permitió disfrutar del agua en estado salvaje, con torrentes y arroyos por doquier, y ese colorido y olor tan especial que desprende el otoño húmedo del bosque caducifolio de las montañas del norte. Esencias a las que no estamos acostumbrados, en este sur de dos estaciones con transiciones efímeras, de invierno poco estricto y verano largo y caluroso.
Partimos con varias ideas sobre las rutas que intentaríamos hacer, siempre en función de las previsiones climatológicas, y nuestras fuerzas...Un largo viaje de 800 kilómetros que se hizo ameno entre conversaciones, risas, bromas y músicas.Ir al norte tiene unas connotaciones especiales, y el paisaje, tanto humano como natural, contribuye de forma decisiva, concediendo un amplio abanico de sentimientos, de estar en lugares antiguos, con una historia muy distinta, y ese carácter de apariencias sobrias, pero que transmite serenidad, y honestidad.
Nuestro destino es una casa rural en Oto, cerca de la conocida Cascada del Sorrosal, encacajada en el barranco del mismo nombre, que derrama sus aguas en el Río Ara, el cual desciende desde la cara sur del macizo del Vignemale. Es agradable imaginar que todo sigue igual como lo conocimos. Que si pasado medio siglo regresamos, aún estarán ahí las cascadas, los árboles, las casas de piedra y el olor a montaña, las vacas cruzando la carretera tranquilas y rumiando sus cosas, como nosotros. |
19.Octubre.2010 La Pradera.
Con la emoción que siempre derrama, estar en un lugar en el que sentirse privilegiado, tomamos temprano la carretera que va ascendiendo hasta los 1.310 metros en el paraje llamado La Pradera, donde acaba el asfalto y el paso al tráfico rodado. Al bajar del coche, no se puede evitar dejar unos instantes libres para inundarnos del sobrecogedor paisaje entre las montañas del Gallinero a un lado, y al otro la Sierra de las Cutas. Hace frío. Nos pertrechamos como siempre con el implacable Miguel impaciente por empezar a subir por donde fuera, y tomamos el sendero que asciende hacia Salarons.
La subida hacia las clavijas de Salarons, no está libre de su dosis de verticalidad, que pasa algo desapercibida en el umbrio sendero, pero una vez pasado el límite de altitud arbóreo, el espacio abierto no deja de sorprenderte e inquietarte. Los bastones se hacen amigos imprescindibles.
Caminando vigilantes donde poner el pie, casi sin notarlo, en poco rato estás muy arriba, y cuando el sol remontó las Cutas, las paredes de Ordesa se hicieron gigantes infranqueables. Se aproxima el sendero hasta la misma base del mítico Tozal del Mallo. Es una pared de verticalidad asombrosa. Sobresalta, pensar qué clase de locura pudo llevar a los escaladores franceses a conquistarla, creando la vía Ravier, de 100 metros de desnivel, empleando 17 horas de subida, y pasando una noche colgados de la pared. En este punto, en amplio zigzag cambia de dirección y toma altura, comenzando la verticalidad a tomar un protagonismo que no esperábamos. Hay algunas trepadas más o menos sencillas, pero que empezaron a hacer mella en el miedo, y a tomar conciencia de que una caída podría ser más peligrosa de lo que esperábamos. Algo más arriba, llegamos a las primeras clavijas; en una zona de bloques grandes de piedra, ayudan en el paso. Algo más arriba, hay una especie de diedro de unos 10 metros de altura, pero la prudencia, y la inexperiencia en este tipo de lugares, nos hizo descender hasta la pradera. La otra alternativa hubiera sido el paso por la fajeta, un estrecho pasillo aéreo de unos 50 metros de longitud, que daba pánico sólo verlo. |
Nos entregamos a pasear por el hayedo hasta que se hizo de noche, con el río Araza cerca de nuestros pasos, y el colorido otoño, para nosotros tan insólito como seductor. El agua y los colores, el olor, la magia de la montaña te llena, no hay descripción.
20.OCTUBRE.2010 PUERTO DE BUJARUELO.
Tras esa sensación de que la montaña nos había derrotado el día anterior, decidimos intentar algo que nos devolviera la confianza y a la par comprobar si la célebre otoñada de Bujaruelo era tal y como habíamos leído en alguna parte. El recorrido en sí, no es demasiado exigente, y no tiene pérdida; desde el camping, parte un sendero al otro lado del puente, que en un primer tramo asciende duro entre la vegetación. Era temprano; demasiado frío y poca luz para fotografías. No sacamos las cámaras hasta las once de la mañana, cuando hicimos un descanso en el "refugio de las eléctricas", y guardarnos un poco del viento fuerte y frío que parecía venir de otro mundo. Sierra Tendeñera destacaba con sus picachos blanquecinos sobre el valle de Otal. Antes de acomodarnos demasiado, continuamos en dirección a los ibones, sin pérdida si se continúa con la referencia del tendido eléctrico, que nos llevará hasta el país vecino. No encontraremos ningún argumento que nos haga pensar que la montaña entiende de las fronteras humanas. El paisaje se extiende entre montañas y valles hasta donde la vista distingue.
A duras penas alcanzamos el Ibón de Lapazosa, donde por fin al aire cede lo suficiente para que podamos hacer algunas fotografías que no salgan movidas! A lo lejos, vemos algunas marmotas, que rápidamente silban y se esconden. El sendero bordea el ibón, y en un último remonte, llegamos a la línea de frontera. Al otro lado, el pirineo francés se expande sin fin. A nuestros pies, descubrimos el Lac des Espécières, que en unos minutos bordeamos para cruzando la carretera francesa que aquí termina, dirigirnos al panel de interpretación de las montañas pirenáicas que divisamos. Tras una comida voraz, iniciamos el regreso, caminando en el duro asfalto hacia el Puerto de Bujaruelo, desde donde descenderemos, hasta reencontrarnos con nuestros pasos en la cabaña de las eléctricas.
El paisaje, ahora es muy diferente al que pudimos apreciar por la mañana. Los colores del otoño nos llenan la retina, y ahora, sí que podemos entretenernos a jugar un poco con las cámaras de fotos... Bujaruelo, y el fervor de su río formarán parte imperecedera de nuestros recuerdos.
A duras penas alcanzamos el Ibón de Lapazosa, donde por fin al aire cede lo suficiente para que podamos hacer algunas fotografías que no salgan movidas! A lo lejos, vemos algunas marmotas, que rápidamente silban y se esconden. El sendero bordea el ibón, y en un último remonte, llegamos a la línea de frontera. Al otro lado, el pirineo francés se expande sin fin. A nuestros pies, descubrimos el Lac des Espécières, que en unos minutos bordeamos para cruzando la carretera francesa que aquí termina, dirigirnos al panel de interpretación de las montañas pirenáicas que divisamos. Tras una comida voraz, iniciamos el regreso, caminando en el duro asfalto hacia el Puerto de Bujaruelo, desde donde descenderemos, hasta reencontrarnos con nuestros pasos en la cabaña de las eléctricas.
El paisaje, ahora es muy diferente al que pudimos apreciar por la mañana. Los colores del otoño nos llenan la retina, y ahora, sí que podemos entretenernos a jugar un poco con las cámaras de fotos... Bujaruelo, y el fervor de su río formarán parte imperecedera de nuestros recuerdos.