Sierra de las Nieves. 17/18 de mayo de 2014.
A Rafa. Sin ti no habría sido posible.
Iniciamos temprano una ruta sorpresa diseñada por Rafa, al que yo sólo conocía de haber escuchado hablar de él, como uno de esos montañeros al que se admira sin saber muy bien por qué. Su dominio y experiencia en la montaña se manifestaron como un aura en su semblante desde el primer momento.
El pinsapar es un bosque completamente distinto a lo que yo había conocido hasta entonces. Si bien hace algunos años había visitado algo de Ronda y Grazalema en plan familiar, sólo adentrándote en el bosque con la mochila a la espalda, podrás alejarte lo suficiente del mundo de los hombres, para descubrir con detalle los olores, sonidos, texturas, colores... y extraer las auténticas sensaciones de un bosque primitivo, e imaginar cómo era la vida hace 20 millones de años, en plena edad cuaternaria, cuando estos bosques ya existían.
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Rafa nos explica la ruta que ha elaborado en la cabaña del camping, y nos muestra los mapas. La primera parte del recorrido, tiene como meta la cumbre del Pico Torrecilla (1.919 m). Su manera de contar los senderos que nos esperan, hace que las ansias de montaña nos desborden.
Los paisajes se nos desvelan poco a poco. La subida es larga, y por tanto suave. El desnivel a salvar no es demasiado, sobre todo cuando recordamos y comparamos las altitudes de la cercana Sierra Nevada.
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En los Tajos de la Caina descansamos, y fantaseamos sobre nuestra nueva afición a la escalada deportiva, imaginando una ascensión de varios largos en los tajos que parecen caer de nuestros pies.
Los nombres que hasta ahora eran palabras en el mapa cuyo secreto queríamos conocer, empiezan a adquirir matices, paisaje, significado. Mirador de Luis Ceballos, Tajo de la Caina, Sendero de Caucón, Peña de los Enamorados, Sendero de Puerto Saucillo, Torrecilla. Las nubes nos impiden ver el Torrecilla desde aquí, y parte del paisaje de fondo queda cubierto, pero nos ofrecen un punto de vista espectacular, y regalan un día libre del calor agotador. No pierde oportunidad Javier en pillarnos una fotografía mientras Rafa nos cuenta la anécdota del urólogo, ni en capturar algunas florecillas antes de que Miguel nos meta la prisa por avanzar más, y más, hasta más allá del fin de las fronteras. Compartimos trayecto con un rebaño de Cabra Montés, que se mantienen a una distancia prudencial hasta que se desvían y las perdemos entre las peñas. Y continuando por el Sendero de Caucón, podemos ir tomando unas panorámicas del famoso Torrecilla. Antes de la última subida a la cumbre, pasamos junto a la Peña de los Enamorados, y un bosquete abierto de quejigos sorprendente, nada menos que a 1.700 metros de altitud. Toda esta parte de la ruta, es la más conocida, señalizada, de senderos sin pérdida, y transitada; nos encontramos en el camino con algunos senderistas y caminantes, corredores de trail, y un grupo numeroso en excursión al más puro estilo dominguero, que van dejando su rastro por donde van, con ruidos, envoltorios y restos de comida.
El tramo final de subida al Torrecilla, lo hacemos sin mochila. Mala suerte en la cumbre, por el paisaje de nubes que cubre casi todo el horizonte. Amenaza lluvia, así que nos apresuramos en el descenso. Las tormentas cambian de dirección, y cuando regresamos a las mochilas, podemos descansar y comer tranquilos junto a una de las fuentes que Rafa ha puesto en nuestra ruta. |
En un lugar inesperado, Rafa nos conduce gps en mano hasta unas rocas entre las que nos descubre un agujero negro y hondo, como la mismisima boca al infierno. Es la entrada de la Sima GESM. Descubierta en el año 1972, es una de las más importantes del mundo, con un desnivel conocido hasta el momento de -1.101 metros.
El mundo de la espeleología debe ser fascinante, pero yo prefiero los espacios abiertos, la anchura del cielo sobre el horizonte, y los pies en suelo firme. No deja de ser un momento que roza lo místico, el encuentro con este lugar, hito de la espeleología, fuente de todas las leyendas cavernícolas inimaginables; debe tener una emoción especial, rasgar la oscuridad de las entrañas de la tierra, y descubrir a la luz de las linternas, formas imposibles fuera de ese entorno. Nos asomamos y miramos la faz de la negrura, un primer tramo vertical, con una cuerda algo raída cogida a la pared con chapas y argollas de las que se usan en escalada. Salvo que en lugar de con intención de trepar a mundos más elevados, aquí se trata de adentrarse bajo la montaña, reino de oscuridad y silencio. |
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Regresamos sobre nuestros pasos por el Sendero de los Quejigales, para después desviarnos más al norte, e introducirnos en un pinsapar que nos deja atónitos. Un camino estrecho serpea entre el bosque; ha cambiado la luz, cuando aún es media tarde en el reloj, bajo los árboles parece que está próxima la noche; he de subir mucho el ISO en la cámara de fotos.
Las formas de los árboles son extrañas, desde esta perspectiva, desde dentro, ya no parecen en nada a los abetos con que se podrían confundir en un cartel de propaganda turística. Algunos esqueletos de pinsapo se mantienen rígidos, en formas fantasmagóricas de múltiples brazos de postura amenazante. Pero en el corazón no sentimos miedo; al contrario, una paz que paso a paso nos inunda, con el canto melancólico de petirrojos que se acercan a curiosear a estos extraños visitantes. Tenemos la sensación de que no se trata de un sendero muy transitado ni conocido.
Las formas de los árboles son extrañas, desde esta perspectiva, desde dentro, ya no parecen en nada a los abetos con que se podrían confundir en un cartel de propaganda turística. Algunos esqueletos de pinsapo se mantienen rígidos, en formas fantasmagóricas de múltiples brazos de postura amenazante. Pero en el corazón no sentimos miedo; al contrario, una paz que paso a paso nos inunda, con el canto melancólico de petirrojos que se acercan a curiosear a estos extraños visitantes. Tenemos la sensación de que no se trata de un sendero muy transitado ni conocido.
El bosque así tiene un toque mágico, quizá más real que imaginado, o influido por las escenas que recordamos del cine. Hay sin duda algo, como un sentimiento ancestral que nos abraza por dentro, y excita nuestros sentidos. Despertamos a la emoción, y nos dejamos ocupar por los olores, colores, sonidos, mínimos detalles, o no tan mínimos, como las simples formas de las nubes, que en nuestro ambiente habitual humanizado dejamos pasar. Dejamos pasar las nubes, los atardaceres, el vuelo de vértigo de algunas aves de ciudad, los cantos del mirlo en el parque, o el vuelo paralítico de los cernícalos sobre los tejados. Nos dejamos atrapar en el reloj, en la tecnología. Y cuando salimos del bosque, como si hubiéramos dado un salto en el espacio, o en el tiempo, brota ante nosotros un paisaje de horizonte lejano, un vallecito profundo a la izquierda, la cárcava a la derecha, pinsapos salteados entre otros arbustos, mostajos, espinos,
y continuamos un sendero exiguo que va descenciendo a lo largo de la ladera, hasta el fondo, en que destaca el Peñón de Ronda, y donde pasaremos la noche. Tras un refrescón en la fuente, empieza a adueñarse del ambiente esa luz y silencio del atardecer; un silencio relativo, en el que se inicia el concierto de los sonidos de la noche. Un silbido allá, un ronroneo acá. Como ráfagas dispersas nos llegan las voces de alerta del mirlo. Y pronto nos inundan las llamadas del sapo partero ibérico, tan confundidas con el canto de alguna rapaz nocturna. |
Llegar al lugar elegido, montar la tienda, meterse en el saco y dormir plácidamente hasta el día siguiente no suele ser lo que sucede en una noche de acampada. Por muy meticuloso que seas, el esterillo y la colchoneta acaban siendo más estrechos que tu cuerpo. Si duermes en supino, te falta "cama" para los codos, que acabas por apuntalar en el suelo. Si te va dormir de lado, es la cadera la que se lleva la piedra que no tuviste cuidado de quitar antes de montar la tienda. Darte media vuelta, es darle media vuelta también al saco. Y prepárate para hacer posturitas y no pisar a tus compañeros de tienda, si en medio de la noche, necesitas salir "al baño". Si te desvelas estás perdido. Es mejor no perder la paciencia. A veces es el mismo cansancio el que no te dejará dormir, o tu propio corazón, latiendo como un tambor en tu pecho. Nada como una cama civilizada y moderna, de colchón de tecnología humana y tejidos confortables. Pero es un pequeño precio para algo que no tiene nombre. El amanecer de la montaña.